In Spagna si hanno unidici edizioni ottocentesche del romanzo: la prima è del 1833 per la traduzione di Felix Enciso Castrillon, l'ultima è dovuta, invece, a Manuel Aranda y San Juan.
Altri traduttori: Juan Nicasio Gallego (1836-1837), José Alegret de Mesa (1850), Gabino Tejado y Rodriguez (1859).
Alessandro Manzoni
Altri traduttori: Juan Nicasio Gallego (1836-1837), José Alegret de Mesa (1850), Gabino Tejado y Rodriguez (1859).
Alessandro Manzoni
Ese ramal del lago de Como, que tuerce hacia el Mediodía, entre dos cadenas ininterrumpidas de montañas, todo él ensenadas y golfos, según sobresalgan o se internen aquéllas, viene, casi repentinamente, a estrechase, y a tomar curso y aspecto de río, entre un promontorio a la derecha, y un amplio declive al otro lado; y el puente, que allí enlaza las dos orillas, parece hacer aún más evidente a la vista esta transformación, y señalar el punto en el que el lago cesa, y recomienza al Adda, para luego volver a tomar el nombre de lago allí donde las riberas, alejándose de nuevo, dejan al agua dilatarse y remansarse en nuevos golfos y ensenadas. El declive, formado por los aluviones de tres grandes torrentes, desciende apoyado en dos montes contiguos, llamado el uno de San Martino, y el otro, con vocablo lombardo, el Resegonei, por sus muchos picachos en fila, que en verdad lo asemejan a una sierra: de tal manera que no hay quien, al verlo por primera vez, siempre que sea de frente, como por ejemplo desde lo alto de las murallas de Milán que miran hacia el norte, no lo distinga al punto, por esa señal, entre aquel largo y vasto macizo, de los otros montes de nombre más oscuro y forma más común. Durante largo trecho, el declive asciende con una pendiente lenta y continua, luego se rompe en lomas y vallecitos, en repechos y explanadas, según la osamenta de los montes, y el trabajo de las aguas. Su franja extrema, cortada por las desembocaduras de los torrentes, es casi toda ella arenilla y guijarros; el resto, campos y viñedos, sembrados de pueblos, de aldeas, de caseríos; en alguna parte bosques, que se prolongan montaña arriba. Lecco, la principal de esas poblaciones, y que da nombre al territorio, yace no lejos del puente, a orillas del lago, es más, viene a hallarse en parte en el lago mismo, cuando éste sube de nivel: una gran villa en nuestros días, y que se encamina a convertirse en ciudad. En los tiempos en que ocurrieron los hechos que vamos a relatar, esta villa, ya considerable, era también castillo, y tenía por tanto el honor de alojar a un comandante, y la ventaja de poseer una guarnición estable de soldados españoles, que les enseñaban la modestia a las muchachas y a las mujeres del pueblo, le acariciaban de cuando en cuando las espaldas a algún que otro marido, a algún padre que otro; y, hacia el final del verano, no dejaban nunca de dispersarse por los viñedos, para mermar las uvas, y aliviar a los campesinos la fatiga de la vendimia. Entre uno y otro de aquellos pueblos, entre las alturas y la ribera, entre collado y collado, discurrían, y discurren aún, caminos y veredas, más o menos empinados, o llanos; a veces hundidos, sepultados entre dos muros, de modo que, alzando la mirada, no descubrís más que un trozo de cielo y el pico de algún monte; otras veces elevados sobre terraplenes abiertos: y desde aquí la vista se extiende por perspectivas más o menos amplias, pero ricas siempre y siempre algo nuevas, según que los distintos puntos abarquen una parte mayor o menor del vasto escenario circundante, y según que esta parte o la otra campee o quede recortada, asome o desaparezca. Aquí un trozo, allá otro, más allá una gran extensión de aquel vasto y variado espejo de agua; en esta parte, lago, encajonado o más bien perdido en un grupo, en un ir y venir de montañas, y gradualmente más ensanchado entre otros montes que se van desplegando, uno a uno, ante la mirada, y que el agua refleja invertidos, con los pueblecitos colocados en la orilla; en la otra, brazo de río, luego lago, después otra vez río, que va a perderse en reluciente zigzagueo por entre los montes que lo acompañan, menguando poco a poco, y casi desapareciendo también ellos en el horizonte. El lugar mismo desde el que contempláis esos variados espectáculos, os convierte en espectáculo desde todos los puntos: el monte por cuyas laderas paseáis, os despliega, por encima, alrededor, sus cimas y barrancos, nítidos, recortados, cambiantes casi a cada paso, abriéndose y curvándose en cadena de picos lo que primero os había parecido un solo monte, y apareciéndoseos en la cima lo que poco antes creíais ver en el declive; y lo ameno, lo familiar de esas laderas mitiga agradablemente lo salvaje, y adorna más aún lo magnífico de los otros panoramas.
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